domingo, 23 de junio de 2013

Ligirofobia...

Un estruendo tras otro. Un temor tras otro.

La pólvora empaquetada en diferentes cantidades con una mecha que le anuncie cuando estallar, pelea contra el resto de explosivos. ¿En qué consiste la batalla? Sencillo: el que logra que el estallido se propague por el aire, que rebote en las paredes del edificio en forma de eco y que consiga que sus ondas sonoras sean más audibles y de mayor tamaño, gana.

Se sumergen en una batalla en que el aire es quien juzga quién de ambos es más poderoso.
     
         - Y tú, ¿eres más poderoso que yo? –le dice uno a otro.

De pronto, ambos mueren soltando un resonante y desagradable último suspiro. El primero y el último, el mismo que el juez toma como referencia. Así, el resto de la llamada Verbena de San Juan, o, según su lenguaje, la Guerra de San Juan. Pero, ¿Cuál es realmente el ganador de tal conflicto bélico, tomado como una mera tradición por los humanos, entre las pequeñas dinamitas?
El que tenga más poder destructivo, el más peligroso que pueda estar al alcance de los celebradores. El nieto de las bombas y el primo de las granadas.

Y, con todos estos gritos, no me tranquilizo. Lo único que me alivia es que van acompañados, a veces, de las carcajadas de los que se divierten haciéndoles explotar.

Frente sudorosa, oídos tapados, ojos abiertos y ansiosos por protegerse con una fina capa de agua salada, manos temblorosas y frías a pesar de la perfecta temperatura exterior, respiración acelerada y corazón disparado, encerrado en un puño invisible. Finalmente, mente mentirosa que asegura seguridad aunque el subconsciente susurra lo contrario. Por alguna razón éste último siempre gana y el cuerpo obedece cada una de sus órdenes.

En busca de alguna excusa que me apacigüe, miro a mi alrededor. Se lo pasan bien. Ríen, bailan, y, sobre todo, colaboran en la Guerra de San Juan. Qué envidia. Luego, alzo la cabeza hacia el cielo. Una noche oscura, tapada por una gruesa manta de nubes que procuran no derramar y no aguar la fiesta. Yo les suplico que lo hagan. Negrura salpicada de chispas de colores que la iluminan brevemente que, para hacerse notar, imitan los gritos bélicos del resto de explosivos.


La noche más corta para muchos, la más larga y tormentosa para mí. Y, probablemente, para muchos que padezcan el mismo problema que yo. 

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