Un estruendo tras otro. Un temor tras otro.
La pólvora
empaquetada en diferentes cantidades con una mecha que le anuncie cuando
estallar, pelea contra el resto de explosivos. ¿En qué consiste la batalla? Sencillo:
el que logra que el estallido se propague por el aire, que rebote en las
paredes del edificio en forma de eco y que consiga que sus ondas sonoras sean más
audibles y de mayor tamaño, gana.
Se
sumergen en una batalla en que el aire es quien juzga quién de ambos es más
poderoso.
- Y tú, ¿eres más poderoso que yo? –le dice uno a
otro.
De pronto,
ambos mueren soltando un resonante y desagradable último suspiro. El primero y
el último, el mismo que el juez toma como referencia. Así, el resto de la
llamada Verbena de San Juan, o, según su lenguaje, la Guerra de San Juan. Pero,
¿Cuál es realmente el ganador de tal conflicto bélico, tomado como una mera
tradición por los humanos, entre las pequeñas dinamitas?
El que tenga
más poder destructivo, el más peligroso que pueda estar al alcance de los
celebradores. El nieto de las bombas y el primo de las granadas.
Y, con
todos estos gritos, no me tranquilizo. Lo único que me alivia es que van
acompañados, a veces, de las carcajadas de los que se divierten haciéndoles
explotar.
Frente
sudorosa, oídos tapados, ojos abiertos y ansiosos por protegerse con una fina
capa de agua salada, manos temblorosas y frías a pesar de la perfecta
temperatura exterior, respiración acelerada y corazón disparado, encerrado en
un puño invisible. Finalmente, mente mentirosa que asegura seguridad aunque el
subconsciente susurra lo contrario. Por alguna razón éste último siempre gana y
el cuerpo obedece cada una de sus órdenes.
En busca
de alguna excusa que me apacigüe, miro a mi alrededor. Se lo pasan bien.
Ríen, bailan, y, sobre todo, colaboran en la Guerra de San Juan. Qué envidia. Luego, alzo la
cabeza hacia el cielo. Una noche oscura, tapada por una gruesa manta de nubes
que procuran no derramar y no aguar la fiesta. Yo les suplico que lo hagan. Negrura
salpicada de chispas de colores que la iluminan brevemente que, para hacerse
notar, imitan los gritos bélicos del resto de explosivos.
La noche
más corta para muchos, la más larga y tormentosa para mí. Y, probablemente,
para muchos que padezcan el mismo problema que yo.
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